miércoles, 16 de julio de 2014

Una lavadora y un anillo de oro

Mi hermana me había dicho quinientas dieciséis veces que la acompañara a la tienda de electrodomésticos de segunda mano del Centro Comercial, porque tenía que comprar una lavadora nueva. El caso es que la suya funcionaba, pero tenía una antigüedad de más de quince años y era tanto el estruendo que armaba en el ciclo de centrifugado, que su vecino del piso de abajo y de la izquierda, se habían quejado a la Comunidad de Propietarios.

Y mi hermana Toñi es la prudencia hecha mujer, así que bajo ningún concepto quería seguir causándole problemas al vecindario. Por fin aquella tarde me decidí a acompañarla y sobre todo después de que amenazara con traer la ropa a mi casa para que yo la lavara en mi lavadora. Ni que yo fuera una tontería, vamos. Y con lo plasta que es Toñi, allí la tendría metida en casa un día sí y otro no, contándome sus dramas con esos novios suyos que siempre la dejan por otra más guapa.

Quedamos el martes pasado a las cinco y media de la tarde en la puerta de la tienda. Mientras ella empezaba a mirar las lavadoras, yo eché un vistazo al local, ya que me sorprendió lo grandísimo que era y la cantidad de muebles, artículos de decoración y electrodomésticos de todo tipo de segunda mano que vendían. Me quedé prendada de una máquina de escribir antigua originaria de Estados Unidos. Tengo una colección de ellas y he decorado una habitación entera de mi casa con máquinas de escribir. Parece un museo. Mucha gente no les ve la gracia, pero a mí me encantan.

Y lo mejor es conocer su historia, saber qué cosas se escribieron con ellas y quién las usó. Os sorprenderíais una barbaridad. Estaba echándole un vistazo a un frigorífico usado, que parecía estar en muy buen estado y que me venía bien para mi casa del pueblo, cuando Toñi se me acercó y me dijo enfadada que si yo había venido para mirar la tienda o para acompañarla a ella a escoger lavadora… Pero mira que es cansina mi hermana, por favor. Le dije que yo no entendía de lavadoras y que de poco le iba a servir mi ayuda. Le sugerí que le preguntara a una de las dependientas.

 Al fin me hizo caso y nos atendió una chica muy simpática. Ella sí que entendía de lavadoras y nos explicó cosas que yo no había escuchado en mi vida. Después de más de una hora preguntando precios, características y consejos, mi hermanita querida se decidió por una dichosa lavadora. Esa misma tarde se la llevaron a casa y me pidió ayuda también para instalarla y ponerla en marcha. Entonces, cuando abrí la puerta de cristal de la máquina para meter la ropa, vi que algo brillaba dentro del tambor. Introduje la mano y vi que era un collar precioso, dorado, con enormes brillantes y piedras verdes. Antes de que mi hermana se diera cuenta, me lo guardé en el bolsillo, porque a ella todo se le antoja, y si yo acababa de encontrármelo, pues era mío, por mucho que ella hubiese comprado la lavadora.

Al marcharme de su casa pasé por delante de un compro oro y me acordé del collar. Entré a preguntar por curiosidad si el collar era bueno, creyendo que sería cualquier baratija que la anterior propietaria de la lavadora habría perdido. Cuál no fue mi sorpresa cuando el empleado del COMPRO ORO me miró con ojos desorbitados, entró a la oficina para hablar con su jefe y ambos me pidieron discretamente que pasara al interior. Una vez en el despacho del propietario de la tienda, éste me comunicó solemnemente que era rica.

El collar era una joya de oro puro, con diamantes de la máxima pureza y rubíes auténticos, y que tenía un valor incalculable. Desde entonces dedicí que siempre acompañaría a mi hermana a hacer las compras. Por si acaso. La pobre nunca supo ni sabrá que su lavadora me hizo rica. Pero total, si lo hubiera dicho, la fortuna la tendría ella y no yo. Y no me parece justo.

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